Cuento
"El niño del bordillo"
Cada mañana, cuando el sol apenas despuntaba entre los edificios grises de la ciudad, Julián se sentaba en el mismo lugar: un bordillo frente a una panadería que olía a hogar. Tenía nueve años, pero sus ojos cargaban décadas. Su camiseta raída apenas le protegía del frío, y sus zapatos ya no sabían lo que era una suela.No pedía nada. Solo miraba. Observaba cómo las personas pasaban rápido, con prisa, con auriculares en los oídos o el celular en la mano. Algunas lo veían de reojo, otras bajaban la mirada. Él aprendió a no esperar.A veces, la panadera, doña Marta, le dejaba un panecillo en una bolsa de papel. Julián lo recibía como si fuera un tesoro. No decía mucho, solo "gracias", bajito, como si le diera vergüenza molestar al mundo con su voz.Por las noches, dormía bajo un techito de cartón que compartía con otros niños sin nombre. Se contaban historias inventadas para engañar al hambre y al miedo. Julián decía que algún día tendría una casa con ventanas grandes, donde pudiera ver la lluvia sin mojarse, y una cama con cobijas de verdad.La ciudad no se detenía, no miraba. Pero Julián seguía allí, todos los días, en el mismo bordillo, esperando sin saber exactamente qué. Tal vez un gesto, tal vez una oportunidad. Tal vez, solo tal vez, que alguien lo viera de verdad.

"La pobreza urbana es un reflejo de la desigualdad y la injusticia en nuestras sociedades."